Septiembre llegaba a su fin y con él daba comienzo un nuevo capítulo en mi vida y en la de muchos otros universitarios repartidos por todo el globo terráqueo. Secundaria y selectividad, que tantas horas de sueño nos habrían robado, no parecían tanto al pasar esta página.
Durante los primeros días mi vida dio un giro de 180º y quedó patas arriba: nuevos compañeros y profesores cuyos nombres trataba de ir memorizando, edificios que poco tenían que envidiar al laberinto de Dédalo, colas interminables en la cafetería para pedir una mísera botella de agua y una larga lista de etcéteras.
Ahí estaba yo: un manojo de ilusión, ganas, vértigo y nervios.
Muy pronto el vértigo y los nervios quedaron eclipsados por la ilusión y las ganas. Poco a poco fui aprendiéndome los nombres de todos aquellos con los que pasaba cada mañana en el aula y descubrí trucos para que me atendieran antes en la cafetería. Eso sí, aún me sigo perdiendo por la Universidad.
Con el paso de los días fui haciéndome a este gran cambio. Clases, prácticas, descansos por la Universidad con mis compañeros... Todo muy idílico, ¿verdad?
Lo era. Pero pronto comenzó a surgir otro pequeño problema: la falta de tiempo.
Con el transcurso de los días mi agenda comenzó a llenarse de trabajos, exámenes y prácticas. El tiempo de ocio, que me sobraba en verano, comenzó a mermar considerablemente y los días se me hacían demasiado breves para todo lo que tenía que hacer durante sus veinticuatro horas.
¿No te parece curioso? Cada vez tenemos más comodidades y aparatos destinados a facilitarnos la vida. Pero, a pesar de ello, algo estaba haciendo mal para vivir sin tiempo para nada.
Una de las cosas que más me molestaba era estar perdiendo mi ratito de libro y manta junto al radiador. Tenía que hacer algo y sabía muy bien el qué: Organización.
Lo primero que hice fue priorizar. Discerní lo que era obligatorio de aquello de lo que podía prescindir, decidí atender lo importante y no dejar que se transformara en urgente.
En lo respectivo a la universidad, cada asignatura exigía un tiempo determinado, unas más y otras menos. No todas son iguales y, por tanto, no podía dedicarles el mismo tiempo a cada una. Comencé a llevar las materias al día sin tener que renunciar a mis pequeños momentos. Lo importante es, como dije antes, establecer prioridades, saber cuánto tiempo por día se le debe dedicar a cada asignatura y no permitir que una absorba el tiempo de otra.
En segundo lugar decidí que dedicaría a la gente de mi entorno y a mi persona un par de horas al día. Nunca debemos renunciar a la familia y a los amigos. Pienso que son prioridades y la principal fuente de nuestra felicidad.
Día a día voy administrando mejor ese tiempo que me sabía a poco, pero si en tu caso no pasa lo mismo no debes decir que no a toda orientación y ayuda que se te ofrezca si el estrés no desaparece. Respira profundo, organízate, sé constante y verás que no es tan complicado como puede llegar a parecer.
La universidad es maravillosa si sabes como disfrutarla.
Yo ya sé cómo hacerlo, ¿y tú?
Has calcado a la perfección el sentimiento de todos los recién llegados a la universidad y creo que la clave es la organización.
ResponderEliminarMe encanta la perspectiva con la que escribes tus posts. ¡Sigue así! :)
Es genial como captas lo que sentimos los de primer curso, una pasada. Gracias
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